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RELIGION

 

México: ¿Retirar al embajador?
Los injustos tratos que reciben los trabajadores mexicanos en EEUU
por Humberto Hernández Haddad*

El presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en México, José Luis Soberanes, abrió esta semana un interesante capítulo de reflexión sobre el funcionamiento concreto de nuestra política exterior, al hacerle un llamado enérgico al gobierno federal por los injustos tratos que reciben los trabajadores mexicanos en EEUU, como son los que se derivan de la llamada Proposición 200 aprobada por el estado de Arizona, la cual prohibe a los migrantes mexicanos recibir servicios de salud y educación y penaliza con multas y cárcel a quienes se los proporcionen.



27 de enero de 2005

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Países
 Estados Unidos
 México

Temas
 Derecho Internacional

(JPEG)
Expulsión de indocumentados mexicanos del norte de los estados de Indiana e Illinois en los EEUU, año 1951. Hoy a pesar que México, Canadá y los EEUU hacen parte de un espacio económico común (ALENA) dichas prácticas son cotidianas. Las mercancias tiene más derechos que las personas. En cambio en la Unión Europea tanto las mercancias como las personas en el mercado del trabajo tiene el mismo derecho a la circulación y aceptación.

En opinión del doctor Soberanes, ombudsman mexicano, esa alarmante oleada de discriminación que agravia a los trabajadores migratorios mexicanos en EEUU ameritaría retirar al embajador de México en Washington. Ello amerita ser analizado con mucho cuidado. Nuestro ombudsman es un jurista de prestigio, pero evidentemente desconoce la realidad que impera al interior de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México. La idea que propone lograría efectos contrarios. Hoy más que nunca es importante investigar a fondo la larga lista de quejas y denuncias que se acumula sobre esa zona de desastre en que se ha convertido nuestra diplomacia en EEUU.

Lejos de que el gobierno de México piense en retirar o en llamar a a consultas a su actual embajador en Washington, Carlos de Icaza, ante la crispación de ánimos por la falta de un acuerdo migratorio entre México y el país vecino, pensemos mejor en la reconstrucción del sistema consular mexicano, que hoy se encuentra hundido en la ineficiencia y en las complicidades, y que por lo mismo está rebasado sin poder atender las necesidades que en materia administrativa, migratoria, comercial, educativa, cultural y de salud le plantean a los cónsules esos 25 millones de mexicanos que están esparcidos por todo el territorio estadounidense.

(JPEG) En lugar de amenazar con el retiro del embajador de México en Washington, debemos darnos cuenta de que llegó el momento de sustituir nuestra indignación nacional por un enfoque jurídico y diplomático que comience por entablar un nuevo capítulo en las relaciones diplomáticas bilaterales, abriendo en esa embajada de México una sección de relaciones con el Congreso federal de EEUU, no a cargo de empleados administrativos, sino bajo la responsabilidad de diplomáticos que tengan probada experiencia parlamentaria y con capacidad para dialogar directamente con los miembros del Congreso norteamericano.

Esa estrategia de formulación de una nueva agenda legislativa bilateral entre México y EEUU es una de las tareas prioritarias que a nivel regional y estatal deben realizar los diplomáticos de México en EEUU. La protección consular de mayor efectividad que le puede proporcionar la Cancillería mexicana a nuestros connacionales no consiste exclusivamente en que los cónsules acudan a defenderlos ante la policía para enfrentar hechos consumados, muchas veces cuando ya son irreparables. Las policías ejecutan leyes, pero ha llegado el momento de hablar con quienes las aprueban.

La protección estratégica de los derechos humanos de los mexicanos que residen y trabajan en EEEUUU, se ubica en hacerlos parte de la agenda legislativa que los diplomáticos mexicanos logren ir introduciendo y desahogando tanto ante el Congreso federal, como ante las legislaturas de los estados, así como ante los organismos encargados de la administración de los servicios públicos en los condados y en las municipalidades. Ahí es en donde se decide la defensa efectiva que impida y sancione la violación de los legítimos derechos de esos flujos de migrantes mexicanos que van en constante aumento.

La calidad de la defensa diplomática de los derechos humanos de los mexicanos en EEUU no está en aumentar el número de representantes consulares que tengamos acreditados ante el Departamento de Estado en Washington. Podríamos tener muchos más y sin embargo lograr los mismos pobres resultados vistos hasta ahora. La defensa de los derechos humanos de los trabajadores migratorios debe ser una prioridad política y administrativa de la Cancillería mexicana.

Pero el factor diplomático ausente que debilita la política exterior de México frente a Washington es la ausencia de un proyecto con definiciones específicas en cuanto a las medidas legislativas que se quieren apoyar y de aquellas que se buscan derogar. Esa omisión estratégica se deriva del hecho de que nuestra diplomacia actúa frente a Estados Unidos a la defensiva, convirtiendo a la Secretaría de Relaciones Exteriores de México en una pasiva y obediente oficialía de partes del Tratado de Libre Comercio.

La intención de las declaraciones expresadas por el ombudsman requiere ser escuchada como una llamada de alerta, ante la escalada de nuevas medidas regionales que persiguen y agravian a los mexicanos que se encuentran trabajando en Estados Unidos. Llegará el día que esa legislación persecutoria logre derogarse bajo el peso de los argumentos jurídicos, diplomáticos y económicos que nuestro país haga valer ante el Poder Legislativo y el Poder Judicial de ese país.

Para la diplomacia de Estados Unidos resultó fácil negociar con México concentrando sus gestiones en convencer al Presidente de la República. Pero nosotros, para lograr los acuerdos importantes con EEEUUU tenemos que convencer a la Casa Blanca y además ganar los votos del Congreso, tanto federal como de los estados interesados. Ese es el largo camino que le espera al futuro acuerdo migratorio que México y EEEUUU tendrán que suscribir, en una fecha todavía incierta pero inevitable.

 Humberto Hernández Haddad
Doctor en derecho, consultor jurídico, ex senador y aspirante a gobernar su estado natal Tabasco, México.
Los artículos de esta autora o autor



 

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10 de noviembre de 2005

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La inculpación por perjurio y obstrucción a la justicia del principal consejero del vicepresidente Dick Cheney, Lewis Scooter Libby, en la investigación sobre quién dio a conocer que Valerie Plame era una agente encubierta de la CIA, y el hecho de que continúa la investigación sobre el papel que en esa fuga deliberada de información jugó Karl Rove -el principal operador político y “respetado gurú” del presidente George W. Bush, como dice el periodista canadiense Tim Harper-, ha llevado a la Casa Blanca el epicentro del llamado Plamegate, en referencia al escándalo de Watergate que hundió la presidencia de Richard Nixon en 1974. La discusión en Washington y el resto del mundo es, como dice Philippe Gélie de Le Figaro, si el Plamegate es el último clavo en el ataúd de una presidencia desacreditada, el comienzo de la gangrena del segundo mandato de Bush, o un episodio desgraciado que podrá ser olvidado rápidamente si los republicanos lo manejan bien.

Pero el Plamegate es sólo el último episodio de la “serie negra” de esta administración, a los que habría que agregar la fabricación de mentiras para invadir Irak y el fracaso en estabilizar la situación en ese país y poder terminar con el conteo diario de cadáveres de soldados, que ya superan los dos mil, pero también con la tardía respuesta a las consecuencias humanas del huracán Katrina en Nueva Orleans, o el error político de Bush al nombrar a la Corte Suprema a su consejera legal Harriet Miers, que fue obligada a desistir de la nominación para sacar al presidente del conflicto en que se había metido frente a los republicanos ultraconservadores que forman su base política.

Otros jugosos episodios de esta “serie negra” son la inculpación en Texas, por malversación y financiamiento político ilegal, del líder de la mayoría republicana en el Congreso, Tom DeLay, y de las sospechas de “delito de iniciado” que pesan sobre el líder republicano en el Senado, Bill Frist, y de las investigaciones sobre corrupción dentro de los círculos republicanos. Sydney Blumenthal, quien fue consejero de Bill Clinton, escribió recientemente sobre el sistema de corrupción de esta “oligarquía republicana (implantada por Bush) que reparte favores a cambio de contribuciones” y que funciona en una “mezcla tóxica de dinero y poder”. Blumenthal apunta a Tom DeLay y Karl Rove, pasando por el “supercabildero” Jack Abramoff y David Safavian, un alto funcionario de la Casa Blanca, todos ellos bajo investigación.

Hasta hace unos días, con los sondeos mostrando un aumento de la impopularidad del presidente Bush y su gobierno, y el peligro de que el juicio contra Libby revele en público las mentiras que justificaron la invasión de Irak, la Casa Blanca parecía desorientada, sometida a la presión de los grupos conservadores y religiosos pero no dispuesta a librar batalla a los demócratas en el terreno ideológico, como dice Gélie. Pero Bush retomó la iniciativa para cerrar filas con los grupos conservadores y religiosos al nombrar al juez Samuel A. Alito Jr. a la Corte Suprema, en reemplazo de Miers, y queriéndolo o no lanzó la batalla ideológica contra los demócratas.

Si las mentiras, los errores o manipulaciones hubieran debido hundir a este presidente, no habría sido reelegido hace un año, cuando ya se conocían muchos episodios de esta “serie negra”. Si los hechos se deslizan sin dejar marca sobre el inquilino de la Casa Blanca, es quizá por la aleación que sirve para fabricar las presidencias ideológicas: la realidad sólo cuenta parcialmente en su universo. El proceso de Libby permitirá constatar si Bush es un “presidente inoxidable”, según Gélie, o un “emperador desnudo”, como opinan algunos analistas estadounidenses y canadienses.

Varios de éstos destacan que Bush contraataca con lo que sabe hacer, manipulando los temores al terrorismo -como en su discurso del 4 de septiembre donde revivió la estrategia militar de la Guerra Fría al convertir el islamismo radical “en una ideología radical con el objetivo inalterable de esclavizar naciones enteras e intimidar a todo el mundo”-, o recurriendo -la semana pasada- a la presentación bastante exagerada de la amenaza inmediata de una pandemia de influenza.

Pero en la práctica Bush está ahora aislado y débil, con menos aliados que nunca antes dentro de los moderados en Estados Unidos y más atado a su base ultraconservadora, como demuestra el desistimiento de Harriet Miers y el nombramiento de Alito, un conservador que probablemente desatará una severa confrontación ideológica en el Congreso y las calles del país, haciendo más difícil que pasen los otros puntos de la agenda que esta administración quiere realizar, como la privatización del seguro social.

La audaz iniciativa de los demócratas (había ocurrido lo mismo hace 130 años) de “cerrar el Senado” -el martes 2- para forzar a los republicanos a completar la investigación de las fallas e inconsistencias del aparato de inteligencia de EU y de la administración Bush para fundamentar la guerra en Irak -las manipulaciones de los informes de inteligencia y las mentiras fabricadas por un equipo secreto de la Casa Blanca-, no sólo confirma que “los demócratas olieron sangre y atacaron” a un presidente debilitado, sino que apunta a una ruptura entre los republicanos moderados y los conservadores. Los republicanos moderados temen que para tratar de salvar su presidencia, Bush decidió montar su resistencia apoyándose en los grupos más conservadores, como muestra la nominación del juez Alito.

La existencia de fisuras en el campo republicano se manifestó en la entrevista que el influyente senador republicano Trent Lott dio al programa Hardball de la televisión MSNBC, donde dijo que “bajo las actuales circunstancias” Karl Rove no debería seguir ocupando sus funciones de consejero político del presidente, urgiendo a que Bush busque “nueva sangre, nueva energía, consejeros calificados”, un llamado similar al de William Niskasen, el presidente del conservador y libertario Instituto Cato, quien dijo que cualquier “limpieza” de la Casa Blanca debe “comenzar” con el despido de Rove por su asociación con el caso de Valerie Plame.

En el plano exterior la popularidad de Bush ha sido medida estos días en el amplio repudio que se manifestó desde el anuncio de su presencia en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, Argentina, donde Washington planteó la ratificación del objetivo de ir, sin tomar en cuenta las sensibilidades políticas y la fuerte oposición regional, hacia la controvertida Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y las políticas económicas neoliberales que han puesto en crisis a los gobiernos y países que las han venido aplicando, y que rechazan vigorosamente los gobiernos más populares de la región, incluyendo el de Néstor Kirchner, anfitrión de la Cumbre.

En el plano internacional -pero lo mismo podría decirse en lo doméstico-, Bush no da signos de querer ajustar sus objetivos a la realidad. Al contrario, insiste obsesivamente en que la realidad debe ajustarse a sus objetivos. Esto ha quedado en claro en los grandes temas de la agenda mundial, sea el cambio climático o la proliferación nuclear, en las agendas regionales -con la Cumbre de las Américas- o en los asuntos comerciales o de inmigración en las agendas bilaterales con sus dos “socios y amigos”, Canadá y México.

¿Hasta cuándo será un “presidente inoxidable” en el plano doméstico? La respuesta a esta pregunta empieza a manifestarse en la búsqueda de distanciamientos con la administración de parte de algunos republicanos moderados, en la agresividad que los demócratas manifestaron esta semana en el Senado, en las críticas cada vez más acerbas de los comentaristas, analistas y reporteros de los medios de la prensa escrita y televisiva estadounidense, que están empezando a constatar que la retórica del emperador Bush ya no es capaz de ocultar su desnudez. En el exterior hace tiempo que el presidente Bush es un “emperador desnudo”.

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